Cierta vez un hombre llamó a la puerta de su mejor amigo para pedirle un favor. Le dijo:
—Querido amigo, necesito que me prestes un poco de dinero para pagar una deuda. ¿Puedes ayudarme?
El amigo le pidió a su mujer que reuniese todo lo que tenían, pero ni siquiera con esto fue suficiente. Hubo que salir a la calle, y pedirles dinero a los vecinos, hasta alcanzar la cantidad requerida.
Cuando el hombre se marchó, la mujer se dio cuenta de que su marido estaba descompuesto y le preguntó:
— Querido esposo, ¿por qué estás triste?
Pero él no contestó y ella insistió.
— Tienes miedo de que ahora que nos hemos endeudado no consigamos pagar lo que debemos.
— No, no es eso —dijo el esposo—. Estoy triste porque la persona que nos acaba de visitar es un amigo muy querido, y, a pesar de ello, yo no sabía nada de su crítica situación. Solo me acordé de él cuando se vio obligado a llamar a mi puerta para pedirme dinero prestado.
Moraleja:
Presta dinero a tu enemigo y lo ganarás; préstalo a tu amigo y lo perderás